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Infección espinal
La infección espinal o infecciones de la columna vertebral pueden afectar a las vértebras, al disco intervertebral, al saco dural (una membrana que rodea la médula espinal) o al espacio que rodea a dicha membrana, y pueden ser causada por bacterias u hongos.
Pueden ocurrir tras una cirugía o espontáneamente, generalmente en pacientes con ciertos factores de riesgo. Son factores de riesgo para infección la desnutrición, la inmunosupresión, cáncer, diabetes o la obesidad.
Entre los factores de riesgo quirúrgicos se incluyen un tiempo quirúrgico largo, que se trate de una cirugía instrumentada o una reoperación. La incidencia de infección en cirugía de columna es de hasta un 4% a pesar de las numerosas medidas preventivas que se toman.
Como la infección espinal primaria es una afección muy rara, con una incidencia de 4- 10 casos por millón al año, suele diagnosticarse tarde.
Los síntomas tampoco suelen ser específicos de la afección, por lo que es necesario que el médico analice detalladamente los antecedentes para sospechar que puede tratarse de esta afección y seguir con otros métodos de diagnóstico.
La infección espinal primaria se presenta a veces, con infecciones en otras partes del cuerpo o después de estas, por ejemplo una infección vesicular, articular, pulmonar o incluso de las membranas cardíacas (endocarditis).
Además de los factores de riesgo descritos anteriormente junto con dolor en la espalda (no relacionado con el esfuerzo y que empeora por la noche) nos deberían alertar acerca de una infección espinal.
También suele aparecer fiebre, síntomas constitucionales, y ocasionalmente síntomas neurológicos.
La infección espinal secundaria puede producirse tras una intervención o procedimiento invasivo en la columna vertebral.
En este caso, el hecho de un incremento del dolor de espalda a los 7-10 días de la intervención junto con otros síntomas de infección son las claves del diagnóstico.
Algunos casos de infecciones espinales pueden provocar una parálisis de todas las extremidades (cuando se ve afectada la columna cervical) o las extremidades inferiores (cuando se ve afectada la columna toracolumbar).
Esta parálisis puede tener su origen en una formación de pus en el conducto vertebral (absceso) o en la movilidad anómala del segmento infectado (inestabilidad), ambas provocan la compresión de las estructuras nerviosas del conducto (la médula espinal o las raíces nerviosas).
El diagnóstico se establecerá principalmente a través de una resonancia magnética nuclear (RMN) de la columna. La RMN mostrará el estrechamiento exacto del conducto vertebral y cómo está afectando a la columna vertebral. También es importante realizar un análisis sanguíneo que puede mostrar anomalías no específicas que también pueden reflejar el grado de infección.
El tratamiento depende del grado de la enfermedad y progreso del deterioro nervioso. De entrada el médico puede empezar con varias semanas de tratamiento para el dolor, antibióticos y apoyo externo temporal; en algunas ocasiones, con reposo en la cama. Si este tratamiento fracasa, puede que sea necesario realizar una intervención quirúrgica.
La operación se lleva a cabo desde la parte anterior o posterior, o ambas. La decisión sobre el tratamiento dependerá de cuántas vértebras están afectadas; dónde está la ubicación principal del estrechamiento, así como de la estabilidad del segmento.
El objetivo principal de la operación es erradicar la infección; proporcionar más espacio para la médula espinal y estabilizar la columna mediante tornillos y barras metálicas. Tras la intervención es posible que sea necesaria la administración de antibióticos durante varios meses.
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